Hay muchas cosas explícitas en Son of Saul (László Nemes, 2015). Una de ellas es la mirada fúnebre del protagonista, un prisionero húngaro que trabaja en los hornos crematorios del campo de concentración de Auschwitz. Otra es el horror. Seres humanos anónimos amontonados a empujones en las cámaras de gas o ejecutados a sangre fría antes de ser arrojados a una fosa.
Lo que apenas se aprecia son los decorados donde transcurre la acción ya que durante gran parte de la película el cuadro lo ocupa un primer plano del protagonista.

El espacio no se explicita sino que se sugiere, invitando al espectador a interpretarlo a la vez que lo hace partícipe de la atmósfera recreada. Es el propio personaje, a través de sus gestos y miradas, quien define ese espacio por nosotros. En esta ocasión el sonido de la arquitectura juega un papel fundamental pues privados de estímulos visuales lo sonoro nos proporciona una información fundamental. Este participa como un duende del anticipo y es realmente espeluznante escuchar el in crescendo de barullo de muerte a medida que Saul se adentra en los pasillos de los hornos subterráneos y lo único que podemos ver son sus ojos clavados en los nuestros.

La narrativa visual cinematográfica abarca lo que se muestra y cómo se muestra pero en ese camino también brilla lo que se oculta. La ausencia es tan importante como la presencia y esto resulta en una de las complejidades más caprichosas del cine: el espectador no necesita ver todo porque comprende e interpreta lo que está viendo.


Son of Saul (2015) Diseño de Producción por László Rajk. Oscar a la mejor película de habla no Inglesa